¿Qué hacer con la Reforma, vender el sofá?






Por: Alexandra Cardona Restrepo

No porque el violador de Rosa Elvira Cely pida perdón y se arrepienta de los ultrajes cometidos contra la señora Cely, deja de ser un peligro social. Claro que esperamos su arrepentimiento pero por sobre todas las cosas confiamos en que la justicia se asegure de proteger a la sociedad de este individuo. ¿Cuáles serán las medidas que se adopten respecto a él y nuestra seguridad? Las que prevé la ley colombiana para garantizar a los ciudadanos que por lo menos este individuo jamás podrá atacar a nadie como lo hizo con la señora Rosa Elvira Cely.

Algo semejante ocurre con la Reforma a la Justicia Colombiana. No porque el Presidente Santos objete algunos artículos, porque los 164 congresistas que votaron a favor de ella decidan en una exótica maniobra desaprobar lo que aprobaron con convicción, porque los conciliadores declaren que bueno, de pronto sí cambiaron algo que no debían o porque Simón Gaviria se exonere de culpa diciendo que leyó por encima el texto, dejan de tener total responsabilidad sobre el texto aprobado que debía convertirse en una enmienda de nuestra Constitución.

De no ser por las denuncias de los medios de comunicación y por los colombianos que hicieron eco de estas denuncias y pusieron el grito en el Cielo al comprender que con la Reforma los acusados por las chuzadas, parapolítica, Agro Ingreso Seguro y otras bellececes quedarían libres en un abrir y cerrar de ojos, a esta hora tendríamos a la mayoría de congresistas celebrando su gran faena: revivir a los “muertos políticos” y extender el período laboral de los magistrados, incluyendo los actuales, hasta los 70 años.

Pero ocurrió que no, el bullicio que hicimos, el runrún sobre la necesidad de un Referendo para tumbar la Reforma, alcanzó la Casa de Nariño. A su turno el Presidente se declaró horrorizado con el texto aprobado y en una acción, que también parece fuera de las reglas del juego del país, “objetó” algunos artículos y devolvió la Reforma al Congreso.

Muchos expertos en el tema dicen que ahí no tenía porqué meter la nariz el presidente, que la discusión de la reforma debía “surtirse”, como se hizo en dos periodos legislativos ordinarios y que ahora habrá que hacer un enredito por aquí, otro por allá para que, en Sesiones Extraordinarias, los mismos 164 congresistas que votaron con convicción por la Reforma, voten en contra del texto aprobado, leído por encima o no, y finalmente borren de la historia legislativa del país tanto los artículos que no convencen al presidente como el resto.

Legalmente eso debe ser complicado, aunque no imposible. Ya sabemos, con la Reforma misma, que para la mayoría de los Padres de la Patria parece no haber nada imposible.

Quizá por eso mismo, para tener la certeza de que esta Reforma jamás hará parte de la Constitución Colombiana, toma fuerza la iniciativa de realizar un referendo en el que los ciudadanos colombianos, el constituyente primario, votemos sí o no por la Reforma. Con ello estaríamos seguros de que nunca, ningún legislador, podría intentar revivirla. De otra manera siempre enfrentaremos el riesgo de que alguien objete lo que objetó el Presidente y que los congresistas corrieron a borrar.

Por ello ese Referendo es imprescindible. Pero hay otro par de preguntas que si actuamos con lógica debemos incluir en el Referendo:

1.     Vota para que se disuelva el actual Congreso.
2.     Los 164 congresistas que aprobaron el Referendo deben quedar inhabilitados para ser candidatos al nuevo Congreso.

En este caso, si incluimos en el Referendo contra la Reforma a la Justicia a los autores del texto y a quienes lo aprobaron, estaríamos garantizando que un suceso semejante no ponga en riesgo nuestra democracia. Porque como se ha visto hasta la fecha, sólo una persona, el Ministro de Justicia Juan Carlos Esguerra renunció a su cargo asumiendo el costo político que le corresponde. De resto, quienes la aprobaron, ahí siguen, tranquilitos, sin intención de renunciar a su curul.

Como dice el cuento, no se trata de vender el sofá (hundir la Reforma), si no de asegurar que nunca más nos pongan los cachos. En este caso sólo queda un camino, el divorcio, porque estamos llenos de razones para desconfiar de quienes ya nos pusieron los cachos. Así que la propuesta sería adelantar un divorcio en buenos términos.

De común acuerdo hundimos la Reforma, aceptamos que los cachos se produjeron por la voluntad de las personas que usan el sofá y no porque exista un sofá. En consecuencia tomamos decisiones que nos protejan de este tipo de acciones en el futuro: cambiamos de pretendientes (revocamos el Congreso) y le advertimos a los nuevos congresistas que quien actúe en contra del interés común será removido e inhabilitado para ocupar el cargo de congresista.

Además, aprovechamos para dejarles muy clarito que aquí nadie se come el cuento de que la culpa es del sofá.

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