UNA MASACRE SIN RESPUESTAS SENCILLAS, LA DE NUEVA VENECIA



El pasado 22 de Noviembre se cumplieron 10 años de la masacre de Nueva Venecia,
esta crónica
fue publicada el 14/11/10 en el Semanario Latitud del Periódico el Heraldo.
Una reflexión sobre lo que pasó y lo que sigue… aunque de “eso no se habl
a”.

Por: Alexandra Cardona Restrepo*[i]

Especial para el Semanario Latitud de El Heraldo

Auuuuuuuuu, auuuuu, gemían los perros encaramados en los techos de las casas de Nueva Venecia, a las seis de la tarde del 22 de noviembre de 2000. El aullido de los perros arrastrado por el viento se estrellaba contra el espejo de agua dulce de la Ciénaga Grande, rebotaba y corría entre las casas vacías hasta alcanzar los oídos del señor Armando Martínez, el habitante más viejo del Morro, como le dicen coloquialmente a Nueva Venecia.

Auuuuuuuuuu, repetía un eco cada vez más escalofriante. El señor Armando entrecerraba los ojos, se quitaba la gorra y rascándose la cabeza murmuraba, bendito sea, si yo tuviera una embarcación me fuera así, a palo, pa’ allá, pa’ Sitio Nuevo.

El señor Armando ríe y explica. Temprano, cuando los pescadores sobrevivientes y sus familias huían del terror diseminado por la masacre, en lanchas, chalupas, canoas, cualquier cosa capaz de flotar sobre las aguas del Magdalena, el señor Armando le dijo a sus hijos: yo me quedo aquí. Si me van a matar, me van a matar. Pero yo no salgo de aquí.

Algo debieron insistirle los familiares, pero la situación no daba como para esperar la noche rogándole que dejara la terquedad, por eso cuando menos pensó estaba solo, con los perros y el recuerdo de la masacre perpetrada en su pueblo esa madrugada, temblando de miedo. Porque yo eso lo dije temprano, afirma, cuando la familia salió. Pero cuando eran las 6 de la tarde que quedé solo y el pueblo quedó solo y hacían los perros auuuuuu, ¡que tristeza tan grande!

El señor Armando se rasca la cabeza, mira con picardía y se ríe de sí mismo. Enseguida prosigue su camino hacia la pequeña iglesia de Nueva Venecia, para mostrar el lugar donde las autodefensas ultimaron con tiros de gracia a 12 hombres. Esos pescadores, comerciantes y hasta algunos predicadores evangélicos que por casualidad visitaban El Morro hacen parte de los 37 hombres asesinados por miembros del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), dirigido por Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40.

La masacre se realizó el día 22 a las cinco de la mañana, precisa Amed Gutiérrez, líder y habitante del Morro, ¡eso fue algo terrible para nosotros! ¡Nosotros que pensábamos que nuestro pueblo era un remanso de paz! Nos dolía cuando veíamos por televisión pueblos que sufrían con esa violencia, decíamos aquí esto es un remanso de paz, pero no, no era así. Era lo contrario, también la violencia nos tocó la puerta.

Un pueblo palafítico enclavado en el Santuario de Fauna y Flora de la Ciénaga Grande de Santa Marta, bien puede ser descrito como un “remanso de paz”. Agua dulce por todos lados; palafitos donde habitaban unas 400 familias en su mayoría dedicadas al negocio de la pesca; chalupas guiadas por hombres, mujeres, niños y ancianos, que van y vienen entre una casa y otra, entre la escuela y la tienda; cerdos que nadan de un corral a otro; un puente de 400 metros que une la escuela con el comedor y enmarca el pueblo cual idílica postal de esta Nueva Venecia, donde a cambio de góndolas hay chalupas y donde en lugar de un O Sole Mio ajeno, el vallenato retumba contra las paredes de maderas multicolores.

El puente es el que sale en el Himno Nacional, dice Amed, sin disimular el orgullo que le produce pensar que todos los días los colombianos vemos el puente de Nueva Venecia en el video oficial del himno, aunque como él mismo lo sabrá, la mayoría ignora que se trata del puente de Nueva Venecia y, lo que es peor, que en ese remanso de paz se perpetró una masacre sobre las que se prefiere callar a ver si así podemos actuar como si no hubiera ocurrido.

Pero “la Universidad de Nueva Venecia”, como llama Amed al señor Armando, el mismo Amed y el resto de sobrevivientes, insisten en repasar cómo fueron las cosas.

Hasta el 22 de noviembre de 2000 la gente del pueblo moría de vieja, de muerte natural. La masacre inscribió una nueva forma de contar la historia de la Ciénaga y de sus pescadores, ese año el homicidio se ubicó como principal causa de mortalidad en la región.

Un Informe de la Comisión de Organismos de Derechos Humanos que visitó la zona días después de ocurridos los hechos afirma que “un grupo paramilitar en un número aproximado de 70 personas, ingresó a Nueva Venecia por Caño Clarín… en seis lanchas… portando prendas de uso privativo de las fuerzas militares y armas de largo alcance… El Grupo Paramilitar tenía información precisa de las horas en que los pescadores frecuentemente salían a comercializar su pescado, y aprovechándose de esta situación, obligaron a las embarcaciones a devolverse hacia Nueva Venecia”[1].

Un pescador con sombrero negro y mirada sombría recuerda que esa madrugada él y sus compañeros salieron de viaje, a llevar pescado. Nos encontramos con cinco lanchas y nos cogieron en el camino, murmura.

En ellas iban los paramilitares quienes los obligaron a llevarlos hasta Nueva Venecia. A las dos de la mañana llegaron y comenzaron a dar vueltas por el pueblo, a buscar gente y a matar.

En el exterior de la casa del señor Roque Parejo, dueño del almacén más grande del Morro, asesinaron a dos hombres y al mismo señor Roque lo balearon en el comedor, delante de su esposa y su hijo. Cerca de allí tumbaron la puerta de otra casa y tres hombres, con municiones y armas en el pecho, según recuerda la esposa del asesinado, se pararon en la cama diciendo: vamos, vamos hijueputa, vamos, y él decía que no. Si me van a matar mátenme con mis hijitos. Entonces le metieron 3 tiros y cayó sentado debajo de la cama. Mis hijas vieron todo el daño que hicieron ellos. La esposa, a esa hora ya viuda, espero que los hombres se montaran en la lancha y con sus dos niñas en brazos se lanzó al agua para pedir auxilio en la casa de una hermana.

En otro punto de Nueva Venecia el señor Armando pegó un brinco y quedó sentado en la hamaca. Sentí un tiro ¡pum! Eso fue como a las 3 de la madrugada. Y me dijo la hija ¿papi, papi oyó ese disparo? El señor Armando abrió la puerta y vio a su hijo Armandito quien desde su casa le gritó, cierre la casa que son los paracos, cierre. Cerramos la casa, recuerda el señor Armando, pero veíamos a la gente caminando pa allá y pa acá y un hombre grande que gritaba, como que sería el jefe, pa’llá y pa’ cá.

Como a las cinco de la mañana las lanchas de los paramilitares atracaron frente a la iglesia, en el único lugar del pueblo que cuenta con una pequeñísima playa. Aquí, recuerda el pescador de sombrero negro y mirada sombría, nos reunieron y nos pidieron que llamáramos a los guerrilleros, pero nosotros solo somos unos humildes pescadores de aquí. Entonces obligaron a 12 hombres a tenderse boca abajo en el suelo. Al resto, unos 25, incluido el pescador de mirada triste, los encerraron en la iglesia. A nosotros, recuerda el sobreviviente, lo único que nos decían era que no iba a pasar nada, que nos tranquilizáramos, pero no sabíamos qué era lo que podía suceder afuera. El pescador agacha la cabeza y fija la mirada en un punto perdido de esa estrecha playa.

Ratatatata, ¡les sacrificaron la vida a los que estaban ahí! Así explica el señor Armando cómo oyó la ráfaga de tiros con la que asesinaron a los hombres que mantenían boca abajo frente a la iglesia. ¡Ratatata!, entonces yo le dije a la hija, le estoy contando como sucedió el caso, no le estoy poniendo ni de más, ni de menos, le dije, no te preocupes que ya se van.

Y sí, luego de saquear tiendas y almacenes, los paramilitares abandonaron el pueblo llevándose también a cuatro hombres, que al día siguiente hallaron asesinados en los caños. El señor Armando oyó una voz que ordenó: vamos a buscar a los pescadores, unos pasos que retumbaban contra el piso de madera y por fin el ruido de los motores fuera de borda que se alejaba. En ese punto serían las cinco y media de la mañana del 22 de noviembre de 2002.

En cuanto la prudencia aconsejó el señor Armando salió de su casa y fue hasta la iglesia. No pudo reconocer a los muertos. Con la cara contra la arena, explica, llenos de sangre, tenían las balas aquí, en la cabeza. ¡Que muerte tan desastrosa!, los sesos estaban ahí regados y el cuero cabelludo también.

Amed ignoraba el terror que se vivía en El Morro cuando las lanchas de las Autodefensas lo pararon. Amed, que en esa época se dedicaba al comercio del pescado, había salido a la una y media de la mañana de Nueva Venecia. Por ahí tipo seis de la mañana, recuerda, las autodefensas llegaron a pedirme gasolina. Uno de los hombres se cubría la cara con un pasamontañas negro, los otros no. Obvio que producían miedo. Yo tenía media pimpina de gasolina y se las iba a dar pero resulta que me dejaron la gasolina, recapitula, y gracias al señor me dejaron quieto.

Distinta fue la suerte que corrieron otros habitantes de la Ciénaga. Luego de devolverle la pimpina a Amed las lanchas de los paramilitares arrancaron y, según relatan, persona que encontraban, persona que asesinaban. En la Ciénaga de Tamacá mataron más pescadores. Hasta abandonar por completo el Santuario de Flora y Fauna de la Ciénaga de Santamarta, el grupo de paramilitares asesinó 37 hombres.

Amed no sabía nada de la masacre perpetrada en su pueblo, pero enseguida se fue para Nueva Venecia. Cuando iba llegando vi que la gente corría afanosamente a sus canoas con sus familias, cuando entré al pueblo la gente se abrazaba dando gritos. Y me dijo una comadre, compadre hay un poco de muertos, hay bastantes muertos en la plaza. Ahí me desesperé a buscar a mi familia. Bueno, de mi familia mataron a mi suegro, al señor Roque Parejo…

La vida en Nueva Venecia se partió en dos después de la masacre. A pesar de que las autoridades fueron informadas a tiempo, la Fuerza Pública prestó auxilio demasiado tarde. Los cadáveres que quedaron tendidos frente a la iglesia debieron ser trasladados como “un viaje de marranos”, en una lancha que un familiar de los asesinados facilitó.

La gente huyó. El 22 de noviembre se produjo un desplazamiento masivo resultado del pánico implantado por los paramilitares. El señor Armando permaneció solo, escuchando los aullidos de los perros, durante varios días. Nueva Venecia se convirtió en un pueblo fantasma, al que poco a poco regresaron muchos de sus habitantes por franca necesidad. En ningún otro lugar consiguieron cómo vivir, comer ó dormir dignamente. Sin embargo, parece imposible recuperar la vida de antes, la del remanso de paz. Las noches son una tortura, el sonido de un motor inesperado corta de tajo el sueño y obliga a aguzar la mirada y el oído a la espera del regreso de los criminales.

Siete años después, en junio de 2007, en versión libre ante un fiscal de Justicia y Paz, Rodrigo Tovar Pupo, alias “Jorge 40”, jefe del Bloque Norte de las AUC, admitió haber dado la orden de matar a algunas de las víctimas de Nueva Venecia. Sin embargo, dijo que se trató de “un acto de guerra”.

Esa afirmación indignó al señor Armando y a todos los venecianos. No fue como dijo el bandido ese de cuarenta, exclamó el señor Armando, que fue una guerra, que nos les enfrentamos. ¿Nos le vamos a enfrentar con cuchillo y ellos armados, ah? ¡Eso no se dice! Porque aquí a veces el pescador no tiene ni cuchillo para componer el pescado. Estoy siendo sincero porque yo tengo 80 años y yo no le he dicho mentiras. Remata el señor Armando al tiempo que se pone la gorra de tela y acompaña los reclamos de sus vecinos ante la ofensa de Jorge 40.

El pasado 28 de octubre de 2010 Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, fue condenado a 47 años de cárcel por su calidad de determinador del homicidio múltiple agravado y el desplazamiento forzado que se produjo en la Ciénaga Grande el 22 de noviembre de 2000. Esto no significa que Tovar Pupo vaya a cumplir esa pena, pues en la actualidad se encuentra en una prisión de Estados Unidos enfrentando un juicio por tráfico de drogas y no se tiene mayor claridad sobre si al concluir la condena que reciba en ese país, regresará a Colombia a responder por estos delitos o si, por algún acuerdo que exista, seguirá cobijado por Justicia y Paz y por tanto la pena máxima que reciba sea de 8 años.

Caso en el cual vale preguntarse, ¿si esos 8 años se subsumen en el tiempo que lleva detenido y en el que pasará en la prisión norteamericana, pagará aunque sea un día, un par de horas o un minuto de prisión por la Masacre de Nueva Venecia?

No hay respuestas sencillas a este asunto. Pero eso poco importa al señor Armando quien luego de tanto trajín, de haber sido más de cinco veces inspector de policía de su pueblo, de actuar como timonel de su Nueva Venecia en la más tenebrosa de las noches, ha sufrido un Accidente Cerebro Vascular. Razón por la cual en poco o nada reparan el terror sufrido durante los últimos 10 años de su vida, el que condenen a Jorge 40.



[1] EQUIPO NIZKOR y Human Rights. Informe de la Comisión de Organismos de Derechos

Humanos sobre la Masacre en la Ciénaga Grande de Santa Marta”. Editado para la web el

22 Diciembre de 2000. Publicado en: http://www.derechos.org/nizkor/colombia/doc/cienaga.html


[i] Escritora y cineasta colombiana.